4/7/08

RECUERDO RECORDAR


Repasar siempre el pasado no es una buena medicina para la vida de ahora de cada uno, ni siquiera para revivir imaginariamente lo que de bueno o malo nos tocó vivir, o lo que de alegre decidimos vestir lo que vivíamos, si no lo vestimos de tristeza.

La experiencia es un grado. Compartir lo extraído de cada vivencia es siempre un acto valiente y loable, en todo punto enriquecedor. Pero no siempre acompaña a una amalgama de vida la habilidad de saber qué compartir y con quién, con qué intensidad y prudencia compartirlo, hasta con qué frecuencia compartirlo. Digamos que la adquisición de un grado, el de haber vivido tanto, no conlleva el otro por necesidad, el de tener la claridad suficiente para saber cuándo es más oportuno y porqué compartir lo que se comparte.

En las relaciones sentimentales, se hace más evidente este complejo punto.

Se comienza una relación sin la opción imparcial de contrastar la información de nuestra pareja. De manera que hemos de tener fe en lo que nuestra pareja nos transmite de su vida, de igual manera que nuestra pareja ha de confiar en el relato de nuestro periplo vital.

Al principio, se tiende a transmitir todo un caudal de información que no procesamos bien, cuando escuchamos, y que no transmitimos, con excepciones, con toda su cruel o sincera fuerza, es decir, queriendo decir claramente lo que determinados pasajes de nuestra vida significan verdaderamente para nosotros. Se genera por tanto una vaga sensación de insaciedad, de frustrado intento de decir al otro lo que más crudamente no sabríamos decir.

Siguen las relaciones, con su cúmulo de tiempo, y de cuando acá, nos retrotraemos a estas historias incompletas, a estos pequeños relatos frustrados de nuestra vida, que pulsan por citarse... Asemejan acumularse en nuestro estómago, y nuestra cotidianidad indolente a nuestros fantasmas del pasado, sigue su curso mientras continúan agolpándose en nuestra intimidad.

Llega entonces el momento en el que la propia cotidianidad nos brinda ocasiones con las que dar rienda suelta a lo que ha ido convirtiéndose en casi, casi una necesidad fisiológica y que es en sí, una necesidad psicológica. Habrá quienes sientan que no habiéndolo contado todo, lo que realmente han acumulado en su memoria de sensaciones es un peregrino sentimiento de culpabilidad, como si lo que no se acabó por contar no fuera para contado. La culpabilidad, la toma de conciencia frente a ella de nuestra inocencia al respecto, y la oportunidad del día a día, suelen ser aprovechadas para dar quietud al empuje de lo que por dentro nos bulle.
Y sin apenas darnos cuenta, comienzan a revivirse sin oposición alguna todos nuestros fantasmas. Es aquí en donde suelen comenzar a encabalgarse los momentos compartidos con otros, con los vividos ahora junto a la pareja, la última. Se entorpecen las comparaciones inevitables de los unos contra los otros. Los objetos, las personas, las frases... toman un cuerpo nuevo al que han tenido desde un principio. Añaden a una significación construida en un pasado reciente, casi presente, la significación que pudo tener junto al otro, en un pasado un tanto más lejano, y que corresponde al otro, con otro...
Inevitablemente, se corre el riesgo de entrar en un bucle sin escape que comience por enturbiar la sana cotidianeidad de la pareja. Ambos, podrán comenzar a sumar a sus propios fantasmas, los fantasmas del otro y dejarán de ver en lo reconstruido junto con el último, la significación nueva, para verla comparada, asemejada, a la de aquellos que pasaron antes.
Superar este trance, es prácticamente ganar una batalla, pero ¿dónde está el error?
Si no hubiéramos compartido, no conoceríamos, no daríamos satisfacción a nuestra curiosidad por el otro y ésta misma sería causa de corrosión de nuestra relación, ¿cómo no darle salida? ¿Cómo no pretender ver a qué atenerse?
Pero, ¿cuánto, cómo, cuándo y porqué hemos de compartir lo que compartimos si no queremos enrarecer lo nuestro? ¿Podemos contener lo que deseamos contar? ¿Es mejor la contención o es preferible desbordarse? ¿Somos capaces de convivir con los fantasmas del otro? ¿Nos deshacemos de lo prescindible de nuestro pasado compartido con otros? ¿Debemos deshacernos de qué?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Carlos:
No debemos deshacernos de nada, somos lo que somos, según nuestras vivencias y por supuesto que las debemos compartir, aunque parezca que en principio caen en saco roto, pero al final queramos o no se quedan en nosotros mismos para enriquecernos y fortalecernos. Todo aporta beneficio a corto o a largo plazo.
Me gusta tu articulo, te seguiré leyendo.
Me alegra te gustase Daroca.
Saludos, Marisa

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El pasado nos hace.
Saludos desde La Acequia.

Carlos LABARTA dijo...

Y nos deshace, Pedro.. Un saludo desde aquí, y mi agradecimiento por pasarte. Espero que disfrutes leyendo mis cosas... Un saludo

Carlos LABARTA dijo...

Y nos deshace, Pedro.. Un saludo desde aquí, y mi agradecimiento por pasarte. Espero que disfrutes leyendo mis cosas... Un saludo